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jueves, 3 de junio de 2010

La Cacería

Cansado estaba, y no era para menos ya que llevaba andando más tiempo del que podía recordar. Pero no podía parar, ya que de alguna forma sabía que él estaba al acecho, esperando su oportunidad, siempre vigilante. Él No tenía apuro, de hecho tenía todo el tiempo del mundo, estaba disfrutando la persecución. Hacía tiempo que no lo hacía.

El camino de tierra no era del todo claro y habían muchas piedras, por lo que tropezaba a menudo. Cada vez que caía me levantaba rápidamente y sin mirar atrás, ya que sentía su respiración y su risa en mi nuca.


Iba anocheciendo velozmente y con cada nueva sombra que aparecía él se iba haciendo más fuerte. Iba murmurando cosas que yo no entendía bien, pero me las imaginaba ya que; qué más podía estar pensando sino era en cómo iba a devorarme; si lentamente o rápidamente; si guardaba para el final lo mejor o iba directamente a eso. Los murmullos siempre terminaban con una risotada malvada, la cual me ponía la piel de gallina.


Para mi suerte yo conocía el camino y él no, por lo que sabía hacia donde estaba yendo, o al menos eso pensaba ya que el cansancio hacía que me confundiera y que viera puntos de referencia que no debían estar donde estaban, pero de igual manera me iba acercando a donde quería llegar. Al salir de la arboleda, el camino debía cruzar un pequeño campo abierto, para luego cruzar un pequeño riachuelo y así dar con una cabaña de dos pisos que mi padre había construido varios años atrás.


Ya casi no quedaba luz cuando salí al campo abierto. Noté que él se detuvo antes de cruzar el último árbol y se escondió en su sombra. El sol brillaba pálidamente y todavía no desaparecía completamente por el horizonte. Él había cambiado su murmullo: ahora solo se oía como maldecía al sol, y solo podía limitarse a ver como yo me alejaba lentamente hacía el pequeño río. Pero el también sabía que no tardaría mucho más tiempo en caer la noche y que me daría alcance velozmente. Lo que él desconocía era que al otro lado del riachuelo estaba mi santuario.


El pequeño campo abierto era más extenso de lo que recordaba. Ya casi no quedaba luz y aún no había llegado al río. Me faltaba unos 50 metros cuando el sol se escondió y la noche se hizo presente, y fue ahí cuando oí su grito agudo que me heló la espalda. Comencé a correr alocadamente en dirección de la casa, crucé el riachuelo estando a punto de caerme y al salir de éste la pude ver. Estaba a pocos metros por lo que hice un esfuerzo adicional para llegar hasta la puerta. Saqué la llave de mi bolsillo y la introduje en la ranura de la manilla y la hice girar. Sin mirar atrás la abrí me metí en la casa y cerré la puerta con un portazo tras de mi. Estaba a salvo.


Mi cabaña, el lugar al cual mi padre solía traerme cuando niño. Recorríamos los campos y los bosques juntos. Fue aquí donde me enseñó a cazar, a cocinar y a valerme por mi mismo en caso de adversidad. Solía contarme historias para hacerme dormir. Algunas de ellas eran entretenidas y otras aburridas; algunas de suspenso y otras de terror. Mis favoritas eran las de hombres lobo y las de vampiros. Él las contaba tan bien que muchas veces no podía dormir, pero siempre estaba a mi lado para decirme que esas cosas no existían, que era simples historias. Cuan equivocado estaba.


Podía oírlo dando vueltas afuera de la casa, estudiándola, buscando los puntos débiles. No los encontraría. Bueno, excepto uno, que yo había dejado de manera deliberada para estos casos, ya que no era la primera vez, ni sería la última, que había enfrentado a una de estas cosas. Cosas, porque no eran hombres, ya que solo vivían para satisfacer su necesidad de alimentarse de la sangre de otros seres vivos.


Tenía algo de tiempo, ya que él no era tonto. Ya había deducido que solo había una entrada a la casa y que yo lo estaba esperando, por lo que ahora ambos jugábamos al mismo juego: esperar a que el otro perdiera la paciencia y actuara alocadamente. Eso si, yo tenía la ventaja ya que yo no necesitaba alimentarme y el sí, y con cada minuto que pasaba su hambre se acrecentaba más y más, nublándole el juicio, obligándolo a actuar sin pensar.


La casa no era muy grande, solo dos pisos. Living, comedor, cocina y un baño en la primera planta y, 3 habitaciones y un baño en la segunda. No había mucho donde ir, y mi olor lo arrastraría hasta el primer piso justo en mi dirección. Debía bajar por la escalera, la cual era estrecha y con paredes a los lados, por lo que yo solo tenía que esperarlo apuntando con mi arma en esa dirección.


Él se tomaba su tiempo. Podía oírlo revoloteando por fuera de la casa lanzando maldiciones a la noche. A ratos se callaba para luego gritar con fuerza algo que yo ya no podía entender. El hambre le iba quitando lo poco que le quedaba de humanidad.


De a poco comencé preocuparme. Nunca había tomado tanto tiempo en que estas cosas perdieran el control y entraran en la casa de forma descontrolada para solo caer en mi trampa. Él era distinto. Habían pasado un par de horas y aún no se decidía a entrar. Por un rato lo escuché tratando de botar una de las puertas de la casa, pero yo las había reforzado muy bien y no cederían, especialmente después del incidente que tuve la segunda vez que cazaba a uno de estos monstruos, y que por poco no la cuento. En aquella oportunidad el monstruo era gigante, debía medir casi dos metros y tenía un cuerpo muy robusto, creo que era un luchador o algo así, y tras pasar un rato buscando como entrar a la casa simplemente cargó de frente contra la puerta arrancándola de cuajo y pillándome completamente por sorpresa. Suerte la mía que con el golpe que le dio a la puerta, junto con tirarla abajo, quedó medio atontado por lo que simplemente me limité a a vaciarle tres cartuchos de mi escopeta en el pecho, con lo cual quedó tirado en el suelo retorciéndose de dolor, pero no muerto. Había que cortarles la cabeza, era la única forma de que no volviesen a levantarse.

Tras darse cuenta que por mucho que lo intentara la puerta no cedería se detuvo y nuevamente comenzó a maldecir, pero esta vez se le escuchaban sollozos entremedio. De tanto en tanto se detenía y me pedía perdón y me invitaba a salir para que pudiésemos conversar, pero al no oír respuesta de mi parte me gritaba todo tipo de obscenidades que terminaban con un golpe de puño en la puerta. Tras repetir esa misma escena tres veces se cayó y por un buen rato, al menos unos veinte minutos, no pude oírle hasta que por fin se rindió y hizo uso de la entrada que yo tenía preparada para él.

Desde que entrase a la casa por la ventana del segundo piso, no debía tomarle más de treinta segundos en llegar hasta donde estaba yo, ya que mi olor sería demasiada tentación para él. Y así fue, tras entrar por la ventana, oí su frenética carrera por el pasillo del segundo piso que dirigía a la escalera y me apresté a disparar mi escopeta apenas apareciese frente a mí. Respiré hondo y aguante la respiración para que mi puntería fuese más precisa, pero de nada sirvió ya que el bajó las escalera a tal velocidad que apenas pude atinar a apretar el gatillo una sola vez, impactándole en el su hombro, con lo cual no pude detener su carrera del todo y alcanzó a llegar donde estaba yo y pegarme un zarpazo en el pecho.

Caí al suelo sintiendo un dolor horrible en el pecho, como si arañazo hubiese derretido mi piel. No sabía donde estaba él, solo sabía que le había dado, por lo que disponía de algunos segundos para tratar de recoger mi arma y aprestarme para una segunda carga. Sin levantarme y con los ojos escaneando la habitación, busqué a mi alrededor
con mi mano derecha el rifle que había soltado tras ser impactado por él. No me costó mucho encontrarlo. Lo tomé con fuerza, y con la otra mano me arrastré hacia la pared que estaba atrás mio y apoyé la espalda en ella sin levantarme. ¿Dónde se había metido? me pregunté a mi mismo. No lo veía por ninguna parte.

Él tenía la ventaja ahora. La iluminación de la habitación era muy mala y habían muchas sombras donde podía esconderse. El dolor en el pecho no me dejaba concentrarme, y cada segundo que pasaba sentía como la piel se me quemaba alrededor de la herida que me había producido. Estaba sangrando bastante y sentía como iba perdiendo el conocimiento poco a poco; se me nublaba la vista y sacudía la cabeza constantemente como tratando de mantenerme despierto. Tras luchar por un par de minutos para mantenerme alerta, y sin poder conseguirlo, me recosté sobre la muralla dándome por vencido y dispuesto a ser comido por aquel monstruo. Pero cuando eche la cabeza hacia atrás, pude ver como él estaba por encima mio caminando por la pared en mi dirección. Al notar que había descubierto su plan, se dejó caer velozmente sobre mi, y haciendo un último esfuerzo levante la escopeta con mi brazo derecho y descargué una ráfaga de perdigones en su estómago, pero esto no fue suficiente para impedir que cayera sobre mí y que hundiera su garra derecha en mi hombro izquierdo, paralizándome casi por completo por el dolor; pero no solo yo estaba sintiendo un gran dolor en ese momento. El disparo que alcance a darle le había hecho un orificio en su abdomen, por el cual salía gran cantidad de sangre, la cual era muy viscosa y con un olor repugnante, muy semejante a un cuerpo en estado de putrefacción.

Nos quedamos inmóviles por unos segundos. Yo podía sentir como los dedos de su mano derecha se hundían poco a poco en mi hombro izquierdo desgarrándome la carne. Intenté sacudírmelo de encima, pero su peso era demasiado para mí en la posición en que me encontraba. Podía ver en sus ojos mientras me observaba sin moverse, que él también estaba sintiendo gran dolor por el disparo en su abdomen. Pero el tenía la ventaja, ya que su monstruosa condición le permitía sanar más deprisa que yo, y no tardaría en poder darme el golpe final.

Debía buscar la forma de acabar con él antes de que recobrase la suficiente fuerza para liquidarme. Intenté nuevamente de sacudírmelo de encima, pero con cada movimiento que hacía podía sentir como sus dedos se introducían más en mi hombro. intenté mover la escopeta en su dirección con mi mano derecha, pero la posición en que estábamos no me facilitaba las cosas. Me costó apuntarle, pero al final logré ponerla en dirección de su pecho. El se dio cuenta de esto y intentó oponer algo de resistencia, pero fue inútil ya que aún no tenía fuerzas suficientes. En su rostro se notaba la impotencia de no poder hacer nada para impedirme que jalara el gatillo del arma. Tomé un poco de aire, tratando de hacerlo mirando en dirección contraria de él ya que de su cuerpo aún emanaba aquel hedor hediondo. Tras tomar un par de bocanadas de aire, puse mi dedo indice en el gatillo del arma y jalé de este solo para encontrarme con la sorpresa de que no le quedaban cartuchos. Volví a jalar del gatillo una segunda y tercera vez sin que nada pasase. Él al notar que nada pasaba, y que yo seguía tratando de disparar sin resultado, comenzó a reír en voz muy baja, haciéndome saber que pronto él ganaría esta batalla.

Mi impotencia era completa. No sabía que hacer, todos mis esfuerzos por zafarme eran inútiles, y con cada minuto que pasaba él se iba haciendo más fuerte y yo más débil. En un último intento por liberarme, y haciendo uso de mis últimas fuerzas, levante mi brazo y introduje mi mano derecha en el orificio que tenía en su estomago. Creo que con ese movimiento sentí más dolor yo que él, ya que su sangre quemaba mi piel, pero eso ya no importaba, tenía que conseguir hacerle daño y que con eso me soltara. Una vez dentro mi mano en su abdomen, tomé parte de sus entrañas y las retiré violentamente. El soltó un grito de dolor y se estremeció. Sentí como su mano se aflojó por un momento en mi hombro, por lo que volví a repetir la operación, y esta vez al tomar las entrañas, giré mi mano y luego volví a retirarla. Realice la acción una tercera vez, y con ésta conseguí que me soltara, y sin pensarlo dos veces tomé la escopeta y comencé a arrastrarme lejos de él. No lo hice en cualquier dirección, sino que fui hasta el mueble donde tenía más cartuchos para el arma.

Para mi suerte no había caído lejos del estante donde estaban guardados los cartuchos de la escopeta. Al llegar hasta el mueble tuve que hacer un esfuerzo extra para tirarlo al suelo ya que no alcanzaba el cajón donde estaban los cartuchos. Con dificultad logré abrir el cajón y tomé un par de cartuchos y los introduje en el arma. Con el dedo puesto en el gatillo, me giré en dirección a donde supuéstamente debía estar el monstruo y sin fijarme si estaba ahí apreté el gatillo, liberando una ola de perdigones en esa dirección, pero lamentablemente solo conseguí dañar la pared de la casa. Él se había movido.

Sin pensarlo dos veces, volví a introducir otro cartucho en el arma, y puse unos cuantos más en mi bolsillo. Luego comencé a buscarlo con la mirada. No debía estar muy lejos, ya que con la herida que le había propinado debía estar bastante débil. No le encontré. Desde mi posición habían muchos lugares a los que no podía ver, por lo que me levanté muy lentamente, ayudándome con la escopeta. Una vez de píe lo pude ver. Estaba arrastrándose hacía la puerta de la casa, y uno de los sillones lo protegía parcialmente, y por eso no había podido verle desde el suelo; pero ahora que yo estaba de píe podía dispararle sin problemas, incluso apuntando solo con mi brazo derecho, ya que el izquierdo había quedado inutilizado por la herida que me había hecho en el hombro. Tomé aire y sacudí mi cabeza un par de veces para poder despejarme y me apresté a disparar. Apunté hacia su espalda y apreté el gatillo dos veces seguidas. Los perdigones se incrustaron en la carne y lo vi retorcerse del dolor, pero seguía arrastrándose. Cargué nuevamente el arma y volví a disparar, pero esta vez a sus piernas. Uno de los disparos casi le corta una de ellas, y con esto dejó de moverse. Fue aquí cuando le escuche decirme que por qué le hacía esto, que por qué era tan cruel. Le respondí diciéndole que él era un monstruo y que no merecía vivir. Diciendo eso, volví a cargar el arma y me apresté a terminar con su vida, pero antes de que le disparara a la cabeza él me dijo que igual yo estaba acabado, ya que otros vendrían por mi y que en la condición en que estaba no podría defenderme. No le respondí y simplemente jalé del gatillo y le volé su cabeza. Estaba muerto.

Tras quedar mirándolo por unos segundos, me di vuelta y caminé lentamente hasta el sillón que estaba cerca de la chimenea. Con mucho cuidado me senté en el. Solté el arma, y con la mano derecha saqué un paquete de Lucky y el encendedor que tenía en el bolsillo de la camisa. Tomé un cigarrillo del envase, lo puse en mi boca y lo encendí. Le pegué un par de aspiradas y me quedé mirando el techo por un momento. Al cabo de un rato me dije a mi mismo en voz alta que por poco no la cuento y que para la próxima vez debía ser más cauteloso. Pero antes de que pudiese terminar la frase otra vos me interrumpió diciéndome al oído que esto aún no había terminado; y antes de que pudiese reaccionar clavó sus dientes en mi cuello y comenzó a beber de mi sangre.

Podía sentir como me iba desvaneciendo poco a poco con cada gota de sangre que bebía de mí. Ya no sentía ganas de luchar contra él, por lo que simplemente me dejé llevar pensando en que había hecho lo mejor que podía y que jamás se me había ocurrido que tendría que luchar contra dos vampiros a la vez. Podía sentir como su respiración se aceleraba con cada trago de sangre que bebía. El final estaba cerca.

Ya no podía mantener los ojos abiertos. Me sentía muy cansado. Había perdido mucha sangre por mis heridas y por la que él me estaba robando y por ello cada vez mis sentidos me fallaban más. Todo debía acabar pronto, o por lo menos eso creía, pero de un momento a otro pude sentir como había dejado de beber mi sangre. ¿Por qué se habría detenido? ¿Por qué no acabaría conmigo? ¿Será que quiere convertirme en uno de ellos?

Tenía tantas preguntas en mi mente y ninguna de ellas encontraba respuesta. Lo único que sabía en ese momento era que por alguna razón él no había acabado conmigo y yo aún no estaba muerto. Podía escucharle dar vueltas alrededor mío, como si estuviese esperando que pasara algo. No podía abrir los ojos; éstos me pesaban tanto que el puro esfuerzo de abrirlos casi me deja sin respirar.

Poco a poco iba sintiendo como un calorsito se iba expandiendo por dentro de mi. Primero mis brazos, luego el pecho y por último mis piernas. Algo viajaba dentro de mi cuerpo. Por un momento fue una sensación agradable, pero ésta no duró mucho. A los pocos segundos de que todo mi cuerpo estuviese invadido por esa sensación, comencé a sentir convulsiones, las que iban acompañadas de un dolor tan intenso que no me dejaban ni gritar. De mis ojos brotaban lágrimas con cada puntada que sentía, las cuales corrían por mis mejillas y caían en el sillón. De pronto el dolor se acabó y pude escucharlo como acercó su boca a mi oído y me dijo algo que no pude entender, salvo una palabra: bienvenido...

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